Durante la epidemia COVID nos hemos dado cuenta de hasta qué punto el trabajo y las relaciones de millones de personas estaban ya virtualizados. También de la gravedad de una brecha digital que a la luz del debate público parecía ser ya marginal. La digitalización nos invita a pensar en la reorientación que tanto trabajo como educación deben afrontar para permitir el desarrollo de las actividades profesionales y el aprendizaje de forma efectiva y segura.
- Digitalizar una empresa es aumentar la productividad mediante la transformación de los procesos de trabajo y producción utilizando herramientas digitales.
- El sujeto tanto del aprendizaje como del trabajo digital es el equipo, no el individuo.
- El trabajo digital se organiza por objetivos, no por tiempos. La productividad no es el resultado de una matriz de tiempos diarios de navegación y de uso de programas/aplicaciones.
- El trabajador digital es autónomo: su remuneración paga su aporte al equipo dado el cumplimiento de resultados colectivos, no su tiempo de trabajo.
- El equipo es responsable de su rendimiento. Precisa de sistemas de autoevaluación y autonomía en el reparto interno de incentivos y en la selección de proveedores.
- La coordinación entre funciones/equipos exige ciertas dosis de presencialidad que corresponde organizar a la empresa.
- Las necesidades de formación deben ser detectadas y reportadas por los equipos y la empresa debe responder con la adjudicación de un presupuesto.
- La relación con los clientes debe seguir unos estándares fijados por la empresa en cuanto a formas, herramientas, criterios de seguridad; y en cuanto a objetivos y resultados.
- Proveedores y clientes e la empresa deben de participar de los sistemas de evaluación.
- Digitalizar no es hacer una mudanza de espacios, es personalizar las funciones en los equipos y transformar los procedimientos en sistemas de determinación de objetivos.