La crisis y el dinero (III): Teoría Monetaria Moderna y crisis del euro

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Warren Mossler es el Pierre Menard de la Teoría Económica. Piere Menard es aquel personaje de Borges que escribió el Quijote. Lo escribió porque siglos después y con sus propias inspiraciones, se le ocurrió como una obra original, no porque lo copiara.En 1993 Mossler, un exitoso «fixed income money manager» en West Palm Beach, comenta las claves de su éxito con Donald Rumsfeld mientras descansan en una sauna del Racquet Club de Chicago. Rumsfeld se queda sin argumentos frente a la idea central de Mossler: el gasto público no está limitado por los ingresos y no debe estarlo ante un gobierno con soberanía monetaria que ve en los impuestos no un ingreso necesario para presupuestar el gasto sino solo una palanca con la que controlar el consumo de las familias y modular la inflación. Es Abba Lenner de nuevo. Solo que ninguno de los dos sabe siquiera que Lenner existió ni qué dijo. Rumsfeld le pone a trabajar en escribir todos esos argumentos y le asigna un equipo. Nacen así los primeros folletos de lo que más tarde será la MMT (Teoría Monetaria Moderna).Los folletos llegan unos años más tarde a dos académicos jóvenes post-keynesianos: Bill Mitchell, que le dará nombre y L. Randall Wray -un discípulo de Minsky. Ambos hacen parte de una generación de profesores, que ya había dado nombres conocidos globalmente como Steve Keen, que desde las antípodas de los centros decisorios de la economía global empiezan a pensar que el keynesianismo necesita convertirse en un movimiento social si quiere volver al mainstream. Estábamos en las dos décadas de crecimiento exponencial de Internet.Y la oportunidad llegó con la crisis. Las claves: una fórmula para volver a las políticas de pleno empleo y una nueva concepción del dinero. Para la TMM el dinero no es una mercancía, es tan solo un crédito fiscal. Tampoco es que sea una idea original, puede trazarse sin problemas hasta los años 20. El mismísimo Alexander Bogdanov, el famoso opositor «empirocriticista» de Lenin en la socialdemocracia rusa, lo esboza en 1924 en una de sus novelas de ciencia ficción. Pero a Bogdanov tampoco lo habían leído Mossler ni Rumsfeld y probablemente tampoco ni Mitchel ni Wray.Pero no es solo un fenómeno americano, en Europa aplicar la TMM significaría salir del euro o construir un gobierno económico europeo con capacidad real para hacer transferencias entre regiones a gran escala. Para un espectro político de referencias vaporosas y electorados tormentosos, la TMM puede ser un asidero tan potente y flexible como en su día el keynesianismo lo fue para la socialdemocracia y la democracia cristiana. De momento, referencias y definiciones de la TMM han calado ya textos teóricos oficiales del Banco de Inglaterra y del Banco Central Alemán.Pero el fuerte del movimiento está en la esfera pública, en su capacidad para permear la cultura con nuevos medios. «The Nation» dedicaba en mayo de 2017 un largo artículo al «atractivo rockero de la Teoría Monetaria Moderna». El artículo no se molestaba en describir las tesis principales, pero aseguraba que «describe la forma en que funciona el dinero de un modo tal que un niño de ocho años lo capta antes que alguien con un doctorado, lo que es en sí inquietante». Cita a Jamie Galbraith -hijo del que fuera economista de cabecera de toda una generación- para remachar que «el relato [de la economía que hace la TMM] es muy persuasivo» y se centra en el fabuloso ascenso, a fuerza de ciberactivismo y blogs, de lo que era un grupo de economistas post-keynesianos -y por tanto maltratados académicamente- a la influencia social y política.Y para muestra Stephanie Kelton, la carismática «chief economist» de Sanders en las primarias que lo es también del comité de presupuestos del Senado de EEUU. Kelton representa un nuevo ideal de economista que va más allá del teórico comprometido y polemista, institucional y mediático al estilo de Krugman o Stiglitz. Kelton no vive en un campus neogótico sino en una casa suburbana desde la que entra por videoconferencia en platós y debates públicos; no lidia con las pleitesías de la Ivy League porque es profesora en una Universidad pública con más de un 70% de admisiones, Mizzou; y no firma informes «de expertos» porque se mete en campaña y aplica el mismo tono pedagógico y sensato en la televisión que en sus clases.Y es que llegados a este punto, la TMM ya no es -ni exclusiva ni principalmente- un objeto de debate académico, sino un arma de batalla política; ya no es heterodoxia, sino «mainstream» alternativo. Y lo es precisamente porque ha superado la barrera del debate teórico y a día de hoy es la promesa de un nuevo «keynesianismo»: una forma estatocéntrica de entender el dinero, útil para el tipo de políticas que cada vez más generadores de opinión, más allá de divisorias económicas, creen que hay que hacer para salir de la crisis.