En 2009 asistíamos al nacimiento de bitcoin y las criptomonedas. Poco importa que la ideología de fondo sea la opuesta a la del localismo socializante de Gesell y Lietaer. Poco importa que Bitcoin -y después todas las criptomonedas desarrolladas a partir de blockchain, el corazón algorítmico de bitcoin- sea la negación de todo lo aprendido en dos siglos sobre la teoría monetaria. Para el gran público es una esperanza y es eso lo que le da existencia social. Visto desde 2017 podríamos decir sin equivocarnos que bitcoin fue la primera «postverdad» del mundo que se estaba gestando. Un brote inevitable en el terreno abonado del postmodernismo económico para el que no hay teorías a contrastar sino relatos a confrontar o elegir según definamos la identidad -sexual, étnica o ideológica- del hablante.Porque por supuesto, ningún economista serio se llamaba a engaño. Se trataba de la versión electrónica del mismo patrón oro al que se culpaba de las últimas grandes crisis decimonónicas. Krugman, en un famoso artículo aseguraba:
«Bitcoin has created its own private gold standard world, in which the money supply is fixed rather than subject to increase via the printing press»
Para sus defensores y creadores sin embargo ese era el 50% de su atractivo: quitarle al estado el monopolio de la moneda sustituyendo las divisas nacionales por una moneda deflacionaria por diseño y por tanto útil, de extenderse, como activo financiero. ¿Probabilidades de éxito? Muchas en cuanto el dinero negro entendiera la otra causa por la que la alt-right libertaria americana adoraba al nuevo fetiche electrónico: su intrazabilidad. Una moneda anónima, mejor aun, toda una familia de monedas, a salvo de las investigaciones fiscales, óptima para todo tipo de comercios ilegales. En sí una forma de activismo libertario tan potente que acabó recuperando «joyas perdidas» del underground ultraliberal de los ochenta para ganar su propia marca ideológica: «agorismo».El mercado especulativo tardó un poco más en darse cuenta. Hizo falta antes que el submundo de los mercados negros chinos, venezolanos o argentinos lo utilizaran masivamente para burlar limitaciones a las transferencias y cambios regulados. Por si eso no bastaba, las ruidosas intervenciones del FBI contra la venta de drogas online acabaron de convencer a propios y extraños de la intrazabilidad de las nuevas divisas. Apostar por bitcoin como activo, con todas sus volatilidades, se convirtió en sinónimo de apostar a que el dinero negro global lo utilizaría cada vez más como depósito. Hoy, a pesar de tener más volatilidad que ninguna gran divisa, sigue revalorizándose espectacularmente semana tras semana.