El cambio cultural es más importante de lo que las consultoras piensan

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Hay una constante en las informaciones que hemos destacado esta semana: el choque entre los modelos de negocio nacidos al amparo del discurso del fintech y la cultura de unos consumidores e inversores a los que ninguna consultora ha preguntado por sus valores.En primer lugar, empieza a ser un consenso de la industria que el modelo de crecimiento de las start up no funciona en el fintech. Y cuando parece hacerlo -como en el caso de Acorn- hay que desconfiar. Esto es algo que aprendieron ya, con sangre, Lendit y las p2p que salieron al mercado y que no han dejado de perder valor desde entonces. Un artículo de The Atlantic sobre la relación entre la clase media americana y el dinero explicaba por qué: la tendencia a jugar con nuestros ahorros o los familiares no depende exclusivamente de las ofertas, de las comisiones y de los tipos. Nuestra relación con la fortuna familiar es más que una función maximizadora, incluso en las sociedades más influidas por el calvinismo. Mientras se siga ignorando en los planes de negocio es muy difícil que cumplan expectativas.En segundo lugar, es más que dudoso que la robotización vaya a obtener una respuesta positiva por parte de los clientes de banca minorista y seguros. La tendencia cultural está cambiando en buena parte del mundo: los «early adopters» son cada vez más reticentes a probar o privilegiar nada por ser simplemente nuevo, innovador o incorporar una nueva tecnología por revolucionaria que sea. De hecho puede que cuanto más revolucionaria peor porque se vea como «menos auténtica». Si el típico perfil del «early adopter» empieza a criticar la falta de autenticidad de los hoteles «high tech», no es probable que vaya a sustituir de buena gana a su asesor en el banco por un robot. Cuando las compañías de seguros avanzan hacia la robotización total de los seguros de vida en el mercado británico, argumentando que los clientes contrastan a los mediadores con la información que obtienen en Internet, seguramente erran el tiro. No es que el consumidor empoderado no quiera o no necesite una relación humana directa. Es que desconfía de la experiencia de relación histórica con los mediadores y con los gestores financieros. Cuando tu gestor en la sucursal cambia cada seis meses es el banco el que está degradando y temiendo constantemente que el cliente establezca una relación personal con la institución, no el cliente el que desdeña la fidelización. El sector financiero necesita con sus clientes una verdadera «terapia de pareja», no poner una pantalla led entre su back office y ellos. A partir de ahí invocar el fantasma de la generación del milenio pasa a ser una púdica excusa. Entre otras cosas porque si hacemos caso a los publicistas la generación del milenio es la más larga y homogénea de la historia. En teoría nació para definir a aquellos que cumplieron veinte años alrededor del cambio de siglo, pero los anunciantes la han ido desplazando hasta los quinceañeros de hoy. Curiosamente, a pesar de la diferencia de experiencias vitales entre esos dos bloques de edad -en especial en relación con la crisis- las etiquetas y valores asociados seguirían siendo los mismos. Son cada vez más los sociólogos que no solo rechazan el concepto y la supuesta homogeneidad de perfiles, sino que  lo reducen a un segmento cada vez más acotado dentro del mercado norteamericano. El abuso de la idea «milenaria» por los publicistas se parece demasiado al cambio climático para ser verdad: hace obligatorio aquello que nuestras buenas intenciones, nuestra pereza para innovar realmente y sobre todo nuestra mala conciencia, presentan como deseable.Pero la realidad es tozuda y al final solo prospera en el mercado aquel que lidera el cambio cultural. Dos luces esta semana: Trov y WealthSimple.Trov ha hecho de un oxímoron («seguros sólo cuando los necesitas») su producto. Y triunfa. A consecuencia de ello no solo reduce a las grandes compañías locales a un API, sino que les dice cómo ha de ser ese API y las reduce a poco menos que gestoras de sus carteras y productos. Un modelo que nos recuerda demasiado a la relación que establecieron en su día Blackberry y Apple con las operadoras de telefonía. Las operadoras siguen lamentándose hoy de que al haber quedado atrás en la innovación se les «colara» un extraño entre ellos y sus clientes. Pero si quedaron atrás entonces y quedan atrás ahora las aseguradoras no es por no invertir suficiente en innovación, sino por no entender las tendencias subyacentes en el cambio cultural. El usuario de los noventa quería llevar el mail consigo. El cliente de aseguradoras de hoy no quiere comprar seguros prediseñados para sus objetos cotidianos sino comprarlos a medida, sin rituales comerciales y cuando los estrena.La canadiense WealthSimple, ganadora esta semana de un premio Webby a la mejor web financiera, está haciendo algo muy sencillo que la banca minorista nunca supo hacer: convertir la inversión en valores en algo «cool» renegando de cualquier explicación técnica y a las finales convirtiendo la gestión de carteras en una caja negra que el usuario no necesita conocer, solo disfrutar. Es otra aplicación del modelo Apple de producto cerrado que hace gala de ser opaco a un cliente que solo quiere ver resultados. Aceptémoslo: Linux es un producto que refleja como nos gustaría que fuera la clase media y profesional (transparente, sólido, flexible, universal, cargado de valores, socialmente útil y fiable); Apple hace productos para el modo de vida que la clase media entiende como deseable (vistoso pero rígido, muchas veces banal, casi siempre opaco y siempre, aún en lo masivo, pretendidamente elitista). Linux se ha convertido en el estándar de la industria, la inteligencia que corre bajo los sistemas fiables (desde Google a la NASA o la OTAN) pero Apple es el que ha triunfado entre los profesionales y la mesocracia. Seguramente en fintech lo inteligente es hacer productos «estilo Linux» para la banca minorista, pero para ganar al consumidor de productos financieros de clase media, el modelo triunfador está más cerca de WealthSimple.